Lo que nos mueve a decidir: el baile entre emoción y razón
- Jessica Barberán
- 23 feb
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 jul
Cada día tomamos cientos de decisiones, algunas pequeñas como qué queremos comer y otras que pueden cambiar el rumbo de nuestra vida. Pero, ¿qué es lo que realmente nos impulsa a elegir un camino u otro? ¿Somos seres racionales que analizamos cada opción o son nuestras emociones las que llevan el timón?
Nuestra mente y sus dos sistemas de decisión
El psicólogo Daniel Kahneman, explica que operamos con dos sistemas de pensamiento:
Sistema 1: rápido, intuitivo y emocional. Nos permite tomar decisiones automáticas basadas en experiencias previas.
Sistema 2: más reflexivo y analítico. Es el que usamos cuando nos detenemos a pensar, comparar y sopesar nuestras opciones.
Nos gusta creer que somos racionales, pero la realidad es que el Sistema 1, el emocional, es el que más peso tiene en nuestras elecciones diarias. Basta con pensar en cuántas veces hemos seguido una corazonada o hemos decidido algo "porque se sentía bien"
El papel de las emociones: ¿brújula interna o distracción?
Las emociones son claves en nuestra toma de decisiones. Antonio Damasio, neurocientífico, sostiene que sin ellas nos costaría muchísimo decidir. Sus investigaciones han demostrado que, cuando el cerebro pierde la capacidad de conectar emoción y decisión, incluso escoger qué desayunar se vuelve una tarea titánica.
Piensa en la última vez que dudaste entre aceptar o no un nuevo reto. Puede que tu mente hiciera una lista de pros y contras, pero en el fondo, ¿qué fue lo que inclinó la balanza? Probablemente, la emoción que esa opción despertó en ti.
Sesgos cognitivos: pequeñas trampas de nuestra mente
Nuestro cerebro es increíblemente eficiente, pero a veces nos juega malas pasadas. Existen sesgos que afectan nuestras decisiones sin que nos demos cuenta:
Sesgo de confirmación: buscamos información que refuerce lo que ya creemos y descartamos lo que nos desafía. Por ejemplo, si piensas que cierto método de organización es el mejor, es probable que busques testimonios positivos e ignores aquellos que lo cuestionan.
Efecto anclaje: nos aferramos a la primera información que recibimos, aunque no sea la más relevante. Esto ocurre cuando vemos un precio "rebajado" y sentimos que es una gran oferta, aunque no investiguemos si realmente lo es.
Aversión a la pérdida: nos cuesta más aceptar, perder algo, que valorar lo que podríamos ganar. Es el motivo por el que muchas personas mantienen relaciones o trabajos que no les hacen felices, solo por miedo a perder lo que ya tienen.
Estos sesgos pueden hacer que tomemos decisiones impulsivas o, por el contrario, que nos paralicemos por miedo a equivocarnos.
Cómo tomar mejores decisiones
Si sabemos que nuestras emociones y sesgos influyen en nuestras elecciones, podemos aprender a manejarlos mejor. Algunas estrategias útiles:
Tomar distancia emocional: imagina que aconsejas a una amiga en lugar de a ti misma. Ver las cosas desde fuera ayuda a ganar claridad.
Darle tiempo a la decisión: hacer pausas y dejar reposar las opciones, evita que decidamos desde el impulso. Recuerda el dicho: "Voy a consultarlo con la almohada".
Buscar otras perspectivas: hablar con personas que piensan diferente nos ayuda a detectar puntos ciegos.
Explorar el peor y el mejor escenario: imaginar ambos extremos nos da una visión más equilibrada y reduce el miedo a lo incierto.
Conclusión: integrar emoción y razón
No se trata de elegir entre emoción o razón, sino de permitir que ambas trabajen juntas. La intuición puede ser un gran guía, pero también es importante tomarnos un momento para reflexionar antes de decidir.
La próxima vez que enfrentes una decisión importante, pregúntate: ¿estoy escuchando a mi intuición y también dándole espacio a la reflexión? Ese equilibrio puede ser la clave para tomar mejores decisiones.
Recuerda que cada decisión que tomamos es una oportunidad para conocernos mejor.
Y tú, ¿cómo tomas tus decisiones? Te leo en los comentarios.
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